Si alguien esperaba que Barack Obama se erigiera en un referente moral de austeridad y moderación tras su paso por la Casa Blanca, es probable que a estas alturas ya esté desengañado: el expresidente de EE.UU. se ha paseado en yates de multimillonarios en el Caribe, ha disfrutado de hoteles de lujo en la Polinesia Francesa y, para decepción de muchos, se ha colado sin sonrojo en el circuito de discursos pagados a precio de oro. Después de que la participación de Hillary Clinton en ese tipo de intervenciones, contratada por bancos de Wall Street, le supusiera un lastre en las pasadas elecciones, Obama facturó 400.000 dólares en abril por hablar en un evento de la firma de inversión Cantor Fitzgerald. Otro discurso en una conferencia sobre nutrición en Italia se saldó por una cifra que no ha sido desvelada, pero se sospecha muy alta. No es que Obama y su mujer, Michelle, se hayan ido con una mano delante y otra detrás de la Casa Blanca (Hillary Clinton ya hizo suficiente ridículo cuando dijo que quedaron «completamente arruinados» tras la presidencia de su marido; después ingresaron 240 millones de dólares en quince años). Los Obama han firmado un contrato para la publicación de dos libros, uno cada miembro del matrimonio, por 60 millones de dólares, muy por encima de sus predecesores: Bill Clinton consiguió 15 millones por sus memorias presidenciales y George W. Bush se quedó en 10.

Con esa avalancha de dinero, no extraña que los Obama hayan querido invertir una parte en ladrillo. Sorprende, sin embargo, que lo vayan a hacer en Washington, la ciudad en la que han vivido como familia presidencial los últimos ocho años. Ambos parecían querer dejar atrás el ambiente político tóxico de la capital, el enjambre de periodistas que lo envuelve y las complicadas medidas de seguridad. Pero «The Washington Post» ha desvelado que los Obama han desembolsado 8,1 millones de dólares por la mansión que tenían alquilada en el barrio acomodado de Kalorama. La familia sabía que se quedaría un tiempo más en Washington debido a los estudios de su hija pequeña, Sasha, a la que todavía le quedan dos años para acabar el instituto. Pero hasta ahora no habían mostrado planes de echar raíces en Washington. La pareja mantiene la propiedad de su mansión en Chicago, la ciudad que también acogerá la biblioteca presidencial de Barack Obama.

La mansión, de estilo Tudor, tiene ocho habitaciones y nueve baños y su adquisición contribuye al calentamiento del mercado inmobiliario en Kalorama, un barrio favorito de diplomáticos, políticos y ejecutivos de los lobbies a pocos kilómetros de la Casa Blanca y de los edificios gubernamentales. Era propiedad de Joe Lockhart, secretario de Prensa con Bill Clinton y actual director de comunicación de la NFL.
Source: ABC

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